El objetivo de la fermentación consiste en transformar el azúcar en alcohol. Este proceso, con duración aproximada de 7 días, se realiza mediante el uso de levaduras. El tratamiento se lleva a cabo en los lagares, donde finalmente se obtiene un vino seco.
En el caso de los vinos blancos, pasan directamente de la moledora a la prensa. Se extrae el jugo de la uva fresca y se envía a un estanque donde permanece durante tres o cuatro y entre ocho a diez grados de temperatura.
De esta manera se termina de limpiar el líquido, eliminando los restos de pulpa, pepas u hollejo. El resultado es un jugo bastante limpio, que al cabo de 4 días se separa y fermenta a una temperatura de diecisiete grados.
En el caso de los vinos tintos, se fermenta con los orujos, ya que en ellos se encuentra el material colorante que traslada a las cubas de guarda. En algunos casos, se desarrolla una segunda fermentación, llamada también fermentación maloláctica. Esta tiene como objetivo reducir la acidez de los vinos, al tiempo que se le otorga una mayor estabilidad.